La Vanguardia, 01/06/2024 (enlace)
Según indican todas las encuestas, en las próximas elecciones al Parlamento Europeo va a haber un avance de la extrema derecha y de la derecha en general. ¿Cómo se explica este desplazamiento ideológico? Además de entender correctamente lo que está pasando y a qué se debe el crecimiento de la extrema derecha en Europa, deberíamos ser capaces de ofrecer unas expectativas de futuro mejores que las de los administradores el miedo y unas protecciones a quienes se sienten más afectados por estas disrupciones.
Las diversas transiciones que estamos experimentando, desde la digital hasta la ecológica, afectan a todas las dimensiones de nuestra existencia. Las derechas han comprendido con rapidez el beneficio que podrían obtener de la distorsión que producen estos cambios, que afectan a las condiciones de vida y de trabajo de amplios sectores de la población europea, así como las nuevas desigualdades que se producen tanto en virtud de ese impacto como de los costes de su mitigación.
Las derechas radicales han seducido a amplios sectores de las clases obreras, agitando el miedo en zonas golpeadas por la deslocalización, después de haber logrado el apoyo de la parte más conservadora de la opinión pública y los movimientos populistas de Europa oriental en una celebración de ciertos valores cristianos supuestamente amenazados por las migraciones y las élites liberales, atemorizando a una parte de las clases medias con el mensaje de que las normas medioambientales cuestionan su estilo de vida (en materia de movilidad, consumo, alimentación, etc.); el movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia, tras el aumento de los impuestos del diésel, movilizó a un sector del mundo agrícola que se veía empujado a la precariedad; una alarma parecida generó entre los agricultores la programada reducción de los pesticidas; los trabajadores de las energías fósiles, del transporte y la logística, de las industrias del automóvil y aeronáuticas se inquietan por las consecuencias de una transición energética que podrían tener que pagar; a todo esto habría que añadir los agricultores desplazados por los gigantes agroalimentarios, pequeños empleados amenazados por la digitalización, obreros desclasados por la deslocalización y la competencia extranjera, habitantes de territorios vaciados de los que han desertado los servicios públicos… Las extremas derechas tratan de forjar una nueva alianza que asocia en un mismo rechazo a la democracia liberal, la integración europea, las migraciones y la transición ecológica.
En este panorama, corremos el riesgo de que las políticas medioambientales europeas se vean en continuidad con las olas de liberalización anteriores o con las deslocalizaciones vinculadas a la ampliación de la Unión y las sucesivas aperturas comerciales. La Unión Europea es percibida por muchos como un ensayo de modernización acelerada que no toma en consideración las tensiones sociales que implica. Las derechas están consiguiendo presentar la transición hacia una economía descarbonizada como el proyecto de unas élites urbanas sin raíces, que imponen su modo de vida a grupos y territorios confinados en los espacios rurales o periurbanos.
El proyecto europeo consiste en equilibrar lo político, lo económico, lo social y lo ecológico. Es verdad que la integración europea ha parecido liberal porque la integración de mercados altamente regulados hubiera sido imposible sin un esfuerzo de liberalización de sus economías. El plan de unificación monetaria no fue impulsado por un afán de despolitización neoliberal, sino que fue un proyecto marcadamente político, razón por la cual Gran Bretaña, el más neoliberal de los países miembros, no se quiso vincular a él o por la que muchos economistas liberales alemanes se opusieron.
En estos momentos, si queremos que se recupere el apoyo popular y la legitimación que requiere, Europa debe ofrecer una protección social acorde con su naturaleza. Sería un error pensar que la justicia distributiva pertenece solo a las políticas que implican transferencias directas de ingresos. Y a este respecto debe ser comprensible para la ciudadanía el hecho de que las políticas de transición ecológica representan una forma potente de protección social para una gran mayoría de la población, una estrategia de protección alternativa a la propuesta por las derechas radicales. Un neo-keynesianismo ecológico, además de posibilitar la creación de muchos puestos de trabajo vinculados a la economía verde, constituye una respuesta democrática y social a ese deseo de protección que formulan quienes se sienten más vulnerables a las nuevas intemperies. ¿Acaso no es a estos sectores de la población a quienes más favorece el acceso a viviendas térmicamente bien aisladas, transportes colectivos de calidad, alimentación natural o espacios verdes comunes?