Supremacismo digital

El Correo, 30/04/2023 (enlace)

 

Cualquier artefacto que parece realizar mejor ciertas tareas que hacemos los humanos comienza suscitando temores o entusiasmos, generalmente desmesurados, amenaza con sustituirnos o promete liberarnos y termina situándonos ante el desafío de pensar qué es lo específicamente humano en aquellas tareas. ¿Es posible tener una relación menos histérica con el mundo digital? Si la llamada inteligencia artificial hiciera lo que hace el cerebro humano habría motivos para exultar o para inquietarse, pero lo cierto es que son dos potencias que, pese a su nombre, se parecen bastante poco y colaboran más que competir.

 

Las promesas del ChatGPT han despertado nuevamente las expectativas de la Inteligencia Artificial General, la "singularidad" (John von Neumann), la “super-inteligencia” (Bostrom) o el “supremacismo digital” (Balkin), es decir, la verosimilitud de que las máquinas puedan igualar e incluso mejorar a la inteligencia humana. Sobre la base de que los sistemas de inteligencia artificial son cada vez más inteligentes, se supone que llegará un momento en el que alcancen el nivel de la inteligencia humana. La capacidad de auto-aprendizaje de la inteligencia artificial le permitiría una optimización para la que no necesitaría ya la intervención del programador humano.

 

La cuestión no es saber cuándo se producirá esa superación y en virtud de qué principio puede hacerse tal predicción, ni siquiera si se trata de algo deseable, sino de qué tipo de inteligencia estamos hablando, porque tal vez haya un equívoco desde el comienzo. Puede ocurrir que no haya rivalidad, competencia o amenaza de sustitución porque en última instancia se trata de dos inteligencias diferentes. La inteligencia artificial únicamente simula algunos aspectos concretos de la inteligencia humana, pero no lleva a cabo todas las tareas de la inteligencia humana, que no es solo cálculo y rapidez sino también comprensión y reflexión. Los anunciadores del futuro sorpasso están hablando de la inteligencia integral sino de las capacidades analíticas de la inteligencia instrumental, desde una epistemología estrechamente empírica, calculadora y que ignora el contexto histórico de la vida humana.

 

Los ordenadores solucionan bien asuntos que están bien definidos, sujetos a reglas estrictas, matematizables, que se pueden elaborar con criterios lógicos y estadísticos. La superioridad de las máquinas es clara cuando se trata de cálculos como la orientación por referencia a los correspondientes satélites, los juegos que no se basan en la ruptura de reglas sino en su correcta aplicación, pero hacer un chiste, entender un pensamiento sencillo o combinar metafóricamente ámbitos semánticos diferentes requieren otras capacidades diferentes de la lógica de predicados de segundo orden. Una crítica de la razón algorítmica se apoyaría en esta limitación del campo de validez de lo calculable.

 

La inteligencia humana supuestamente desafiada por la inteligencia artificial no es solo implementación o eficacia en relación con la consecución de unos objetivos determinados sino la reflexión que identifica los objetivos que es deseable conseguir. Nuestro concepto de inteligencia va más allá de la función instrumental; no es tanto la consecución de objetivos como su elección de un modo significativo y equilibrado en un mundo de gran complejidad en el que hay que sopesar objetivos en conflicto. Por otro lado, ¿dónde están los aspectos emocionales, sociales o morales que consideramos constitutivos de nuestra inteligencia? No parece que una inteligencia reducida a algunas de sus prestaciones instrumentales o de cálculo pueda equipararse a la de los humanos. Si estrechamos el concepto de inteligencia en este sentido (para quedarnos en un ámbito donde es cierto que las máquinas nos ganan en muchos aspectos), la “super-inteligencia”, en el caso de que llegue a existir, será bastante estúpida.

 

La cuestión no es si las máquinas pueden pensar como si son capaces de entender relaciones de sentido. "Sentido" es algo que no se obtiene bajo la forma de un patrón porque incluye ambivalencias, zonas grises y paradojas. Esta forma de comprensión de sentido solo se puede reconstruir prácticamente, es decir, con atributos como la empatía, la corporalidad y la instalación en el mundo. Aunque muchos seres humanos tengan algunas deficiencias en estas capacidades y aunque no hay en las máquinas límites fijos y absolutos en cuanto a su potencia de cálculo, nada indica que las tecnologías puedan implementar aquellas propiedades. La inteligencia artificial puede traducir textos, realizar diagnósticos médicos e imitar patrones de conducta humana, pero sin comprender realmente todo ello. Alguien podría objetar que eso importa poco si dan con las soluciones adecuadas. El problema es que los humanos tenemos necesidad de comprender los problemas para resolverlos. ¿Se puede ser inteligente sin saberlo, como un zombi que fuera capaz de realizar tareas inteligentes de un ser humano, pero solamente de manera refleja? La inteligencia artificial es, hoy por hoy, un sistema supuestamente inteligente; se contenta con aprender una función, pero no reflexiona. Tiene inteligencia refleja, no reflexiva. Y esto no corresponde a la noción que tenemos de inteligencia.

 

Podríamos concluir con una analogía tomada del desarrollo de la tecnología y el mundo del trabajo. La mecanización que condujo a una disminución del trabajo realizado con esfuerzo físico impulsó una institución que es central en nuestra sociedad: el deporte como esfuerzo gratuito, buscado por sí mismo, no al servicio de una actividad productiva. Tal vez estemos en un momento histórico en el que debamos desarrollar salas de fitness mental para mejorar nuestras facultades intelectuales. Más que ante un nuevo capítulo de la inteligencia artificial, estaríamos ante un nuevo desafío para la inteligencia humana.

 

Instituto de Gobernanza Democrática
Instituto de Gobernanza Democrática
Libros
Libros
RSS a Opinión
RSS a Opinión