El Correo, 10/12/2023 (enlace)
Muchas batallas se pierden por no haber comprendido bien al adversario a quien se pretende combatir. No deberíamos ceder a la tentación de recurrir demasiado a la irracionalidad o a la patología para explicar los comportamientos políticos que detestamos porque de este modo nos estamos privando de entender lo que de lógico haya en ellos y dificultando así el combatirlos. Pasar de la discrepancia al menosprecio y al desprecio suele ser la fuente de muchos errores propios.
También aquello contra lo que se pretende luchar ha de ser comprendido. Y a ser posible debemos hacer ese esfuerzo antes de que sea demasiado tarde, cuando ya solo cabe lamentarse de no haberlo hecho antes. Prestamos poca atención a estos fenómenos de radicalización cuando están en su fase ascendente, pues es entonces cuando se ponen de manifiesto las causas a las que obedecen, más importante que cuando han sido elegidos o están en los gobiernos, donde suelen ser más incoherentes e improvisadores.
Comprender no es disculpar, sino hacerse cargo de las frustraciones o motivos que, con razón o sin ella, explican una posición ideológica que no compartimos. Hay que dar una explicación a lo que dice y hace la extrema derecha, donde hay una cierta racionalidad y lógica, a pesar de que suela estar dirigida por personas mediocres, sin gran capacidad de reflexión, provistas a veces con un olfato para ciertas aspiraciones democráticas pero que es compatible con una absoluta deslealtad en relación con los valores de la democracia. Uno está tentado de afirmar que los reaccionarios eran mejores antes, con Donoso Cortés o Carl Schmitt, que con sus actuales representantes, que combinan lo castizo y el machismo, el tacticismo en las redes sociales con un gran vacío ideológico.
Un atractivo que este tipo de partidos ofrece frente al cansancio y la decepción es presentarse como una radical novedad. Para muchos electores, especialmente los más alejados del juego político, que se suelen abstener y que, por cierto, son maltratados por las políticas neoliberales, lo que distingue a la extrema derecha y la hace atrayente es que aún no ha estado en el poder. Para ellos votar a su favor no es expresar una preferencia política sino romper el tablero en el que se sitúa la paleta de las ofertas políticas. Es una señal de hasta qué punto el mundo político, su lógica, sus actores habituales, ha perdido para ellos todo sentido. Uno de los mayores éxitos de la extrema derecha es hacer creer que sus soluciones no han sido todavía intentadas. Su incomodidad con las etiquetas políticas corresponde sobre todo a las estrategias electorales del populismo: rechaza ser asociada a los partidos que están en el poder en nombre de lo que nunca se ha intentado.
Del mismo modo que presumen de no haber gobernado antes, también se presentan como quienes dicen lo que todo el mundo piensa pero nadie se atreve a decir (contra lo que llaman "el discurso políticamente correcto"), pero en cuanto hablan sus palabras suenan a cosas que desgraciadamente se habían dicho antes muchas veces. Es cierto que lo que dicen es incorrecto, pero no es insólito. Como si el liberalismo radical de Milei o el neofascismo de Abascal y Meloni fueran desconocidos. Si parecen nuevos es porque está lejos la memoria de las dictaduras militares, el franquismo, los fascismos o el régimen de Vichy. Su novedad vive del olvido. Y este es el primer punto en el que tal vez nos estemos equivocando en la batalla. Muchas de las torpes estrategias para combatirlos colaboran a presentarlos como algo singular. No cometamos el error de darles de algún modo la razón. La diabolización o los cordones sanitarios tienen como efecto no pretendido que les pueden beneficiar confirmando que no son un partido como los demás, entre otras cosas porque todos les tratan como una excepción. Quienes combaten a la extrema derecha no deben perder de vista que esta se alimenta de la victimización y el desprecio.
En conclusión, comprender aquello que se desprecia no es una muestra de debilidad o complicidad, sino una señal de fortaleza. Entender de dónde procede el desapego o resentimiento hacia los valores democráticos es una mejor defensa de la democracia que el desprecio hacia los adversarios. La lucha contra la extrema derecha no puede tener la simplicidad de la lucha contra el fascismo, ni reproducir su antagonismo elemental. El radicalismo antifascista no es suficientemente radical, pues comparte con sus adversarios un mismo campo de juego antagonista. Más vale desarmar las causas que están detrás de sus experiencias vitales que contribuir a incrementarlas; es más útil entender sus miedos (aunque puedan carecer de fundamento) que aumentarlos. Hoy la radicalidad democrática nos lleva más bien a desmontar el modo como concibe la política el pensamiento reaccionario, especialmente su contraposición entre un ellos y un nosotros, entre amigos y enemigos, entre hombres y mujeres, un antagonismo que determinadas formas de combate reproducen de manera tan torpe como ineficaz.