El Correo (enlace) y Diario Vasco (enlace), 5/01/2020
Cualquiera que conozca la lógica propia de la política sabe que se trata siempre de elegir entre lo malo y lo peor. Casi nunca nos encontramos con el bien o el mal absolutos, sino con varias posibilidades por debajo de lo que sería óptimo; todo el esfuerzo consiste en acertar con la menos mala y en un abanico que no suele ser muy amplio, entre otras cosas porque se excluye aquellas que no son realizables o realistas. Este principio viene siempre acompañado por el corolario de que quien critica la opción escogida debe proponer otra mejor. Como la posibilidad preferida no deja de tener inconvenientes, cualquiera puede criticarla por eso flancos débiles, pero lo honesto es que dicha crítica se realice por comparación con otra alternativa realista juzgada como mejor.
El acuerdo entre el PSOE y ERC para encarar el conflicto político catalán tiene riesgos y limitaciones que cualquiera puede identificar, pero no he escuchado hasta ahora una propuesta alternativa ni consigo imaginar un mejor modo de abordar una crisis de tal complejidad, es decir, que sea mas practicable, realista, democrático y resolutivo. Ambos partidos han formulado un espacio de deliberación que sirve al menos para echar a andar, en medio del fuego cruzado al que les están sometiendo los hiperventilados de uno y otro lado, que actúan así no porque tengan mejores alternativas, sino porque nunca aceptarían ningún tipo de transacción.
El otro gran principio de la política es que los acuerdos buenos se reconocen porque dejan parcialmente insatisfechos a todas las partes. Si tuviéramos un interlocutor humillado y otro entusiasmado, sería señal de que estábamos llamando acuerdo a lo que no es mas que una simple imposición. En un primer momento este tipo de acuerdos no pueden fijar todo lo que, en el mejor de los casos, sería el resultado de un largo proceso, lastrado ahora por toda la desconfianza acumulada. Por eso las formulaciones admiten unas interpretaciones diferentes, hasta el punto de que haya quien considere que se están engañando mutuamente o jueguen con una ambigüedad que pronto se revelará como disfuncional. Buena parte del proceso de diálogo tendrá que versar sobre cómo interpretar lo que se ha planteado como punto de partida. Y este comienzo tiene mucho que ver con un cambio del lenguaje, abandonando unos términos que estaban cargados de una significación que impedía entenderse o tenía una carga inasumible para aquel con quien ahora se pretende dialogar.
Si examinamos los términos del acuerdo (por ahora muy generales, como es lógico), creo que lo mas destacable es la idea de que se proponen votar un acuerdo en vez de acordar una votación, es decir, que se pone en un primer lugar el elemento de negociación y no se excluye de entrada que la votación que finalmente se proponga al pueblo catalán sea sobre algo distinto que la independencia.
El acuerdo es impreciso, muy general, pero tal vez por eso mas operativo, y sobre todo porque implica ya unas ciertas cesiones mutuas. El Gobierno se adviene a abrir un cauce de diálogo sin límites y acepta que la consulta final se realizará solo en Cataluña. El Govern cede en la medida en que es necesaria la conformidad del Gobierno para que haya un acuerdo y no parece verosímil que lo haya para que sea la independencia lo que se deba refrendar. En el fondo, se trataría de algo que está mas cerca de la lógica de una reforma estatutaria que de un proceso de secesión. Ambos se reconocen recíprocamente un derecho de veto, en la medida en que no habrá referéndum si no hay acuerdo previo y ambos aceptan en veredicto final de la sociedad catalana, eso sí, en torno a una formulación para el ejercicio del derecho al autogobierno previamente negociada. Hay aquí formulaciones que implican, aunque sea de modo incipiente, dimensiones de reconocimiento, reciprocidad, pacto, negociación y ratificación popular que eran impensables hace solo unos meses.
El camino no va a ser fácil, pero ningún conflicto de esta naturaleza se resuelve sin un esfuerzo de integración. Los agentes políticos tendrán que recordar a sus respectivas hinchadas que no hay acuerdos sin algún tipo de cesión recíproca. Al mismo tiempo que se insiste en las propias reivindicaciones, tendrían que preguntarse por aquello en lo que estarían dispuestos a ceder para conseguir alguna parte de esas reivindicaciones. La clave del éxito está en que tengan el liderazgo de este proceso quienes piensan en estas categorías de auto-limitación y no quienes consideran que cualquier transacción es demasiado alta.
Se inicia así un largo camino lleno de dificultades, con protagonistas que desconfían entre sí y espectadores que ya se han lanzado a suponer las peores intenciones y desean que todo descarrile. Volvamos, en estos momentos, a las lecciones básicas de la política. ¿Alguien tiene una oferta realizable mejor? ¿Dar una nueva oportunidad electoral a las derechas? ¿Tal vez una campaña de boicot al boicot del cava catalán y ahora a los productos turolenses? ¿Continuar con la unilateralidad? Hay demasiados noes sobre la mesa y solo esta propuesta de acuerdo parece practicable. Todavía nadie ha demostrado que sea imposible una nueva formulación del autogobierno que pueda suscitar un mayor apoyo popular que la decisión en torno a la independencia o la simple continuidad de lo que tenemos. Quienes tienen responsabilidades políticas no pueden dejar de explorar este incierto camino.