La Vanguardia, 5/06/2021 (enlace)
El surgimiento y desarrollo de internet ha estado vinculado a expectativas de desterritorialización, generando en unos casos euforia y en otros inquietud, bajo el impulso de una cultura ciberlibertaria o suscitando el debate acerca del ámbito más apropiado para su adecuada regulación. El texto que mejor expresa la desterritorilización del espacio digital fue la "Declaración de independencia del cyberespacio" de John Perry Barlow (1996) donde se proclama la llegada de un mundo que está en todas partes y en ninguna, y se dirige un mensaje muy contundente a quien aspire a cualquier forma de control: “donde nosotros nos juntamos, no tenéis soberanía”.
El debate entre red y soberanía, entre lógica de la conectividad y lógica de la jerarquía no ha dejado de producirse, entre otras razones porque el mundo digital no ha adoptado una dirección frente a otra, sino que ha resultado de una combinación de principios que se suponían incompatibles, dando lugar a una peculiar hibridación.
Aunque todo lo relativo a internet parece desafiar las categorías de la estatalidad, los límites nacionales y la lógica de la territorialidad, hay fenómenos que hablan de una fragmentación y renacionalización, como las cuestiones de la seguridad, la protección de datos y patentes o el sistema de dominios, mientras que simultáneamente ha crecido otra dimensión territorial su creciente significación geo-estratégica.
En este contexto de desterritorialización, renacionalización y competición geoestratégica es donde nace la idea de una soberanía digital europea. ¿Qué se debe entender bajo una apelación tan extraña como “soberanía digital” cuando tanto la propia naturaleza de Europa como del mundo digital parecen responder a una lógica posterritorial? La soberanía a la que se aspira tiene muy poco que ver con su acepción clásica, vinculada a la moderna estatalidad y formulada como una pretensión exclusivista de la Unión Europea, que no es ni un estado ni una mera agregación de estados. Mi propuesta de interpretación estriba en considerar la soberanía como la capacidad de mantener el propio modelo en competición frente a otros.
La soberanía digital europea está vinculada a una batalla global por el modelo de digitalización. China, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea se encuentran ahora en una competencia de diferentes ideas de digitalización. Están en juego la concepción de la privacidad, de los derechos humanos, de la economía de las plataformas y, en última instancia, cómo se deberían relacionar los mercados, los estados y las sociedades. Con la digitalización comienzan un nuevo tipo de conflictos en la política global en torno a los estándares aceptables y universalizables. USA, China y la EU representan, respectivamente, la digitalización como negocio, como instrumento de poder o como un ámbito en el que tiene que conseguirse un equilibrio de valores sociales y democráticos. Hay grandes diferencias entre Europa y China relativas a derechos humanos y libertades políticas, pero también entre Europa y Estados Unidos cuando hablamos de protección la privacidad en relación con cuestiones de seguridad.
En Europa el término de soberanía digital es utilizado para referirse a una esfera digital ordenada, con determinados valores, regulada y segura, que resuelve las demandas de derechos y libertades individuales, la igualdad y la competición económica justa. Lo que así se defiende es un mercado que no expulsa a los humanos, unos procedimientos de decisión que no nos abandonan completamente a la automaticidad, unos algoritmos que no discriminan, unos datos entendidos como bien común, una gobernanza que impide el poder absoluto de los gigantes digitales.
Este modelo europeo es desacreditado por dos razones contrapuestas: por demasiado interesado y por demasiado ingenuo. Según la primera acusación, lo que Europa pretendería es internacionalizar sus criterios para externalizar así los costes de la propia adaptación y no perjudicar su competitividad. Ahora bien, Europa tiene todo el derecho a reclamar la universalización de sus criterios si los cree adecuados, a pesar de que le beneficien. El hecho de que ciertos valores sirvan a los propios intereses no necesariamente los deslegitima.
La otra acusación, la de ingenuidad, vería este planteamiento de la Unión Europea como lesivo para su competitividad. La realidad, sin embargo, es un poco diferente. Pensemos en el tema de la protección de datos. Una medida exigente que en principio estaba pensada para el espacio europeo ha sido tomada como modelo en otras legislaciones, adoptada por empresas no europeas y termina así protegiendo la privacidad de muchos ciudadanos fuera de Europa. La razón de esta curiosa protección es que las empresas globales no quieren abandonar el mercado europeo. La movilidad de los datos las somete de hecho a una regulación europea que se convierte así en transnacional ya que para muchas empresas es más eficiente y barato seguir la normativa europea en todo el mundo que operar de acuerdo con diferentes estándares. De este modo Europa amplía de facto el alcance territorial de su legislación en materia de protección de datos. Si por soberanía entendemos la capacidad de hacer valer hacia fuera los propios criterios, aquí tenemos un ejemplo ilustrativo, aunque sea paradójico, no tanto en la lógica del poder clásico de los estados nacionales sino acorde con la realidad de la digitalización.
La interdependencia global requiere estándares globales, lo cual es un incentivo para una economía cuyo despliegue depende precisamente de que esa estandarización sea lo más amplia posible. En el espacio digitalizado la idea de soberanía como un atributo que indicara hegemonía y control (absoluto y exclusivo sobre el propio territorio) tiene poco sentido. La soberanía digital europea debe pensarse en cambio como una propiedad que incluye reputación, capacidad de influencia y regulación inteligente. Esa soberanía ya no puede ser entendida desde los atributos clásicos del estado nacional que hubieran podido trasladarse al ámbito paneuropeo; se trata más bien de complementar el poder interno de la Unión con la batalla por una armonización global poniendo en valor sus beneficios potencialmente universales. En este sentido la soberanía digital europea depende de que se avance en la gobernanza de la interdependencia global con los criterios que Europa defiende y promueve.