No es lo mismo

La Vanguardia, 8/01/2022 (enlace)

 

La topografía ideológica que simplificamos con las categorías de la izquierda y la derecha da lugar a diversos equívocos. Puede uno creerse con toda la razón solo por estar en las antípodas de los que supuestamente no la tienen; también cabe pensar que lo más extremo es lo más bruto o lo más genuino; están los que disfrutan del centro como una indefinición para perezosos que combina lo uno y su contrario sin ninguna advertencia acerca de su problematicidad. De todo ello puede haber y nuestro pluralismo vive de esta variedad de posiciones, de la mezcla y las tensiones que se generan entre ellas.

 

En mi artículo "La radicalización de los conservadores", publicado en La Vanguardia, trataba de indagar un asunto concreto que está teniendo lugar en medio de esa maraña: la presión que ejerce la extrema derecha sobre la derecha conservadora, una presión que está protagonizando debates encarnizados, tanto dentro del mismo espacio como con la intervención, gozosa o indignada, de quienes divisan el espectáculo desde la orilla contraria. Dos artículos sucesivos (de Lorenzo Bernaldo de Quirós y Juan José López Burniol) me reprocharon inadvertencia o falta de ecuanimidad en la medida en que parecía achacar a la derecha lo que también pasaba en la izquierda, donde también ha habido y hay fenómenos de radicalización. No les falta razón, pero diré inicialmente en mi defensa que no puede uno decirlo todo en un artículo y que daría para mucho el análisis de batallas parecidas en el seno de la izquierda, con similitudes y diferencias respecto a la que describía. 

 

Si uno solo pudiera criticar a la derecha cuando ha hecho lo mismo con los antagonistas, añadiré que con frecuencia he llamado la atención sobre la debilidad ideológica de cierta parte de la izquierda. Nunca me ha convencido, ni como posición ideológica ni como estrategia política, ese antifascismo elemental que se practica en algunos lugares de la izquierda y que es producto de la pereza intelectual, la caricaturización del enemigo, la instrumentalización del miedo y la moralización extrema de los asuntos políticos. Defiendo el pluralismo en la misma medida en que me parece inaceptable cualquier tipo de superioridad, tanto la moral de una parte de la izquierda, como la nacional que supone para sí una parte de la derecha. No comparto la idea de que la polarización o el sectarismo se deban a que haya dos grupos haciendo lo mismo en sentido contrario, simétricamente, pero tampoco me creo que la actitud de unos hubiera sido la misma si los otros no se comportaran como lo hacen.

 

Por otro lado, nunca he sido partidario de las líneas rojas ni de la declaración de ilegitimidad a ningún gobierno electo, aunque esté sostenido por partidos que puedan incluso repugnarnos. En principio, aceptar el gobierno sostenido por un extremo e impugnar el que se apoya en el otro no suele ser una demostración de coherencia. Todos los gobiernos que consigan una mayoría de los partidos legítimamente representados son igualmente respetables, aunque eso no nos impide criticar más a uno que a otro, no tanto por la naturaleza de los partidos que lo apoyan sino por las políticas que hacen. Tener eso que suele llamarse "democracia no militante" implica la ventaja de un mayor pluralismo y el inconveniente de tener más cosas que soportar.

 

Dicho todo esto y abandonando la comodidad de estar en medio, reconozco que no me da igual una mayoría que otra y creo que además hay buenas razones para sostener que no son los mismo Vox y Podemos, que no son igualmente extremos. Hay quien intenta instalar la idea de que ambos representarían el mismo radicalismo de signo inverso y que gracias a esa simetría se carga de razón el extremismo contrario. Es una de las simetrías interesadas que utiliza una parte de la derecha, como cuando habla de los dos bandos de la guerra para impugnar que se reconozca ahora a unas víctimas que no han tenido reconocimiento (e incluso ni sepultura) o que musealiza la transición para no examinar críticamente su desarrollo y abordar los cambios necesarios.

 

El espacio de la política no es un espacio homogéneo en el que siempre tiene que haber la misma distancia entre el centro y los extremos, del mismo modo que tampoco el centro representa necesariamente el monopolio de la moderación y la virtud, frente a unos extremos donde radicaría, según se mire, el monopolio de algún valor o la extravagancia. Esa versión según la cual habría dos extremos igualmente distantes y situados fuera del núcleo de los valores democráticos es un planteamiento deudor de la lógica de la Guerra Fría y tiene muy poco que ver con la situación actual. Hay antidemócratas para todos los gustos y colores, pero los actores que se sitúan en la extrema izquierda están hoy incomparablemente más comprometidos con los valores democráticos que los de la extrema derecha.

 

¿Son igualmente extremos Lula y Bolsonaro, Boric y Kast, Sanders y Trump? ¿Está Yolanda Díaz en la misma relación con los principios democráticos que Macarena Olona? ¿Puede afirmarse que la identificación con los valores europeos de la europarlamentaria Rodríguez Palop es la misma que la de Hermann Tertsch? Podemos nos podrá parecer más o menos radical, más o menos anti-sistema pero, a diferencia de Vox, no cuestiona derechos fundamentales ni reglas democráticas, ni mantiene posturas negacionistas en materia de salud pública o en relación con la violencia machista. Es más, en algunas cuestiones representa un radicalismo democrático que merece la pena atender y al que le debemos valiosas aportaciones al debate público.

 

Con independencia de las simpatías personales o de comportamientos singulares que nos disgusten, se puede convenir que no hay en Podemos una estrategia de exclusión similar a la que abiertamente proclama Vox cuando declara su voluntad de ilegalizar a numerosos partidos si estuviera en su mano; no comparto alguna de las críticas de Podemos a la actual Unión Europea, pero están muy lejos de la lógica soberanista que defiende Vox frente a ella; el grupo de partidos europeos en el que se integra Podemos tiene muy poco que ver con la peculiar familia en la que Vox se junta con partidos que cuestionan la misma integración europea, sus valores y el estado derecho.

 

Esta discusión podría continuarse indefinidamente si cada uno trajera a colación ejemplos impresentables de quienes son sus adversarios, que los hay en el otro extremo y a lo largo de todo el arco parlamentario. En todos los partidos ha habido y hay declaraciones y maniobras que reflejan un desprecio a los valores de la cultura democrática. Ninguna familia política está libre de errores, pero otra cosa es que en la extrema derecha, aún siendo un actor legítimo dentro de una democracia no militante, la exclusión de quien piensa diferente no es anecdótica o puntual sino un elemento definitorio de su identidad y estrategia política.

 

 

Mientras la extrema derecha combate abiertamente algunos de los valores democráticos centrales, esa nueva izquierda que integra a ecologistas y a neocomunistas forma parte legítima de la constelación de partidos que, con distintos planteamientos, se integran en el gran compromiso que dio origen al estado social y democrático de derecho, al que ahora se incorporan para volver a definir su transformación en el siglo XXI.

 

 

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