La tecnología de la democracia

La Vanguardia, 12/02/2022 (enlace) (enllaç)

 

Cuando Marc Zuckerberg, el CEO de Facebook, compareció ante el Senado americano para hablar acerca de la desinformación, el discurso del odio y la privacidad defendió con orgullo la solución tecnológica: “la inteligencia artificial lo arreglará todo en un periodo de cinco a diez años”. Este “tecnosolucionismo” redefine los problemas sociales complejos como problemas que tienen soluciones computacionales, es decir, da por sentado que el poder de la tecnología es capaz de resolver cualquier tipo de problema. Comparten también esta concepción de la técnica ciertos discursos y estrategias gubernamentales que no hacen más que insistir en la inevitibilidad del desarrollo tecnológico y la necesidad de adaptarse a las oportunidades económicas que ofrece.

 

La técnica soluciona cantidad de problemas, ocasiona algunos específicos y, sobre todo, plantea la exigencia de decidir democráticamente acerca de para qué asuntos es relevante y en qué medida. El avance de la tecnología no solo ocasiona problemas de aplicabilidad sino también de reconsideración de lo que debemos entender tecnológicamente resoluble. El gran debate democrático acerca de las tecnologías consiste en resituarlas en un ámbito amplio, más allá del mundo calculable.

 

Aunque parezcan contradictorios, el neutralismo y el determinismo tecnológico son dos formas de desentenderse de la imbricación entre lo tecnológico y lo social. El neutralismo y el determinismo conciben la tecnología con independencia de su utilización social, como algo cerrado, definido y no susceptible de modulación; en el primer caso, porque no es necesario y en el segundo porque no es posible. La tecnología altera el paisaje en el que tienen lugar las interacciones humanas; no facilita cualquier resultado, pero la idea de que “la tecnología es solo un instrumento” minusvalora su capacidad de estructurar las situaciones, mientras que su concepción determinista la sobrevalora.

 

El determinismo tecnológico suele ir unido a una visión reduccionista de la tecnología, a la que no considera un fenómeno social y cultural, de manera que los dispositivos técnicos predeterminaran su uso sin permitir que cada sociedad se apropie de ellos de acuerdo con su propia idiosincrasia y patrones culturales. Si llamo la atención sobre el reduccionismo determinista no lo digo por falta de aprecio hacia la tecnología, sino todo lo contrario: porque considero que de esta manera no se hace justicia al fenómeno completo de la tecnología, que no sólo consiste en artefactos sino en usos sociales y disposiciones culturales dentro de las cuales las innovaciones técnicas se ponen al servicio de ciertos valores. 

 

Todo está afectado por la tecnología que usamos, a veces de modo muy sutil, pero tampoco se trata de ver la tecnología como una realidad amenazante; la digitalización no es el problema sino pensarla y llevarla a cabo como algo que no requiere ningún formato, ningún tipo de intervención “política” expresa. Debemos tener la precaución de no considerar cuestiones políticas como asuntos técnicos, un modo de pensar que suele ir asociado a entender las cuestiones técnicas como realidades apolíticas.

 

Mi propuesta es considerar que, frente al neutralismo y al determinismo, existe otra posibilidad de considerar las relaciones entre tecnología y sociedad a partir de la idea de condicionamiento. La tecnología no determina ni las acciones ni las sociedades humanas; abre corredores que deben ser políticamente configurados, pero no todo es posible a partir de la tecnología de que disponemos. En vez de pensar que ese condicionamiento es una determinación inapelable, haríamos mejor en entenderlo como una incitación que ha de ser examinada críticamente, que permite elegir aunque sea dentro de un marco dado. Cada tecnología impide ciertas cosas y obliga a otras, incita y desincentiva, pero en medio de todo ello hay un monton de opciones indeterminadas y abiertas.

 

Para ilustrar las limitaciones del modelo neutralista puede aducirse el ejemplo clásico de las armas. Hay quien afirma que un arma es neutral y todo depende de cómo se use, si para cazar o para asesinar. Esta afirmación es muy simple. La cuestión del condicionamiento no se refiere al uso posible sino a lo que revela la mera posesión masiva de armas en una sociedad, como en el caso de los Estados Unidos. Que las haya en tales proporciones no significa solo que podrían ser utilizadas para matar, sino que hay de hecho una concepción de la soberanía individual, del modo como se resuelven los conflictos, de la seguridad y de la justicia muy distinta de aquellas sociedades en las que, como regla habitual, no hay armas en los domicilios. Otro ejemplo de este condicionamiento lo encontramos en la serie “Dopesick” sobre la ola de drogadicción que se extendió recientemente en Estados Unidos como consecuencia de la voracidad de la empresa farmacéutica y la ligereza en la prescripción analgésica de opiaceos. Los propietarios de la empresa farmacéutica, minimizando los riesgos de adición, alegan en su defensa que ellos no pueden impedir que se hagan un mal uso de los analgésicos, como si el problema estuviera únicamente en los consumidores.

 

Algo similar puede decirse de cualquier tecnología y concretamente de las digitales; no son únicamente medios sino que implican una cierta manera de entender y vivir la comunicación, el espacio, el tiempo, el trabajo o la opinión, diferente de las tecnologías analógicas. El mal uso de las redes sociales para ofender y lanzar bulos no es una fatalidad inevitable, pero la facilidad de emitir opiniones y el modo como se construye o destruye la confianza colectiva sí que son algunos de los condicionamientos producidos por el nuevo espacio digital con el que vamos a tener que convivir. Ni la red iba a implicar una irresistible democratización, ni degradará necesariamente la discusión pública, pero tampoco banalicemos su fuerza condicionante apelando a su buen o mal uso. La democracia en el mundo digital tendrá unas propiedades que en buena parte todavía desconocemos.

 

Instituto de Gobernanza Democrática
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