Gobernar las crisis

El País, 13/09/2018 (enlace)

 

La crisis de 2008 puso a prueba nuestros sistemas de prevención y gestión de este tipo de situaciones. La comisión del Congreso que investiga el origen de la crisis financiera y el rescate bancario ha dejado de manifiesto que falló casi todo lo que podía fallar. Los agentes políticos no dejan de agitarse ante la menor irritación, pero el sistema político en su conjunto es incapaz de identificar, anticiparse y gobernar crisis como la económico-financiera, la del euro, el Brexit y otras dinámicas de desintegración europea, la crisis migratoria, el agotamiento de nuestro modelo territorial o un sistema de pensiones difícilmente sostenible en su forma actual.

 

Gobernar bien es imposible si la política no explora el horizonte y continúa cerrando sus ojos a los problemas incipientes. Un déficit claro de la política es la cortedad de miras de sus programas; el tratamiento de los síntomas en vez de la lucha contra las causas; su dependencia de los electores actuales a costa de las generaciones futuras; la incapacidad, tanto de los representantes como de los representados, para enfrentarse a problemas latentes; el irresistible encanto de las simplificaciones tanto tecnocráticas como populistas… Como sociedad, no estamos especialmente bien dotados para una gobernanza anticipatoria; la continua procesión de urgencias diarias nos distrae de los desafíos del largo plazo; las crisis son muy pocas veces anticipadas y cuando han pasado tampoco estamos especialmente de acuerdo en cómo interpretarlas o qué debemos aprender de ellas.

 

La democracia necesita una gestión estratégica de las crisis futuras. Sabemos que habrá crisis en relación con el cambio climático, el capitalismo financiero, las migraciones, el abastecimiento de energía, el envejecimiento de la población, las guerras y conflictos, las pandemias… Lo único que nos falta por adivinar es cuándo, cómo se presentarán y con qué instrumentos es más adecuado hacerles frente. Una acción más estratégica nos permitiría identificar las tendencias y anticipar las soluciones, es decir, actuar cuando ya no sea demasiado tarde.

 

Mejorar la coherencia estratégica en un sistema que está al vaivén de las crisis urgentes del corto plazo requiere, de entrada, una mayor y mejor información acerca de los impactos a largo plazo de las actuales decisiones políticas y sus alternativas, instrumentos adecuados para medir los riesgos a los que estamos confrontados o que generamos nosotros mismos y un enfoque holístico o sistémico. Solo así la política conseguirá pasar del mundo de las reparaciones al de las configuraciones.

 

En sistemas dinámicos hay que introducir el futuro en nuestras planificaciones si es que no quiere uno verse sorprendido por problemas que irrumpen sin que hayamos realizado ninguna previsión. Y para anticiparse a las dinámicas desatadas no bastan ni el recurso a las mejores prácticas —que son siempre las mejores prácticas del pasado— ni a la experiencia acumulada. La gestión estratégica requiere un ejercicio de imaginación de los futuros conflictos y crisis. Dado que no tenemos ningún motivo para suponer que la siguiente crisis será como las anteriores, la extrapolación de las experiencias pasadas no es suficiente.

 

Ya se trate de las crisis financieras globales, desastres ecológicos o problemas de sostenibilidad, la política siempre llega demasiado tarde, cuando los trabajos de reparación son más costosos de lo que hubieran sido las medidas profilácticas. Los gobiernos se encuentran frecuentemente poco preparados cuando la dinámica de los acontecimientos indeseados ha comenzado ya a acelerarse, su capacidad de detectar y responder a los acontecimientos emergentes es reducida y los marcos regulatorios se han vuelto obsoletos o menos efectivos. No son desafíos que se resuelvan con la creación de un “gabinete de crisis”, que se constituye cuando la crisis ya ha tenido lugar y que solo sirven para remediar parte de sus consecuencias, sino mejorando la capacidad de los gobiernos de pensar y actuar estratégicamente en un mundo que está cambiando radicalmente.

 

Actuar antes, durante y después de las crisis es difícil porque muchas de ellas no se deben a causalidades simples sino a realidades intrincadas. Los cambios tienen lugar actualmente de un modo rápido y complejo; implican muchas interacciones entre diversas dimensiones de la gobernanza, sin respetar las delimitaciones burocráticas y jurisdiccionales. No es posible establecer una moratoria y resolverlos por partes. Lo que parecía una solución estable se transforma en nuevos problemas que hay que volver a resolver. Todo ello desafía la capacidad adaptativa de nuestros sistemas de gobierno, que proceden básicamente del nacimiento de la democracia moderna, el estado nacional y la revolución industrial: verticales, jerárquicos, segmentados y mecánicos.

 

Tenemos que prepararnos para gobernar un mundo en el que no habrá crisis ocasionales sino que viviremos en una inestabilidad mayor de la que éramos capaces de gestionar. Necesitamos una política que sea capaz de entender las interacciones y los fenómenos de crisis, que se haga cargo de la novedad y del cambio, una política capaz de reinventarse a sí misma continuamente, que no sea estática, intemporal y reactiva, sino viva y en transformación.

 

Y para ello hay que ampliar los modos de gobierno (clásicamente reducidos a la jerarquía y el mandato) por otros más propios de las sociedades complejas (cooperación, participación, deliberación…) y combinarlo con procedimientos de aprendizaje rápido y capacidad estratégica. No estamos únicamente ante la decisión de cambiar de políticas, ni mucho menos ante la necesidad de una reforma administrativa; se trata de pensar y transformar la política o continuar con un sistema diseñado para un mundo que ya se fue.

 

Si no hemos podido anticiparnos a las crisis, ¿estamos siendo al menos capaces de aprender de ellas? Todo parece indicar que la crisis no ha sido suficientemente aprovechada para configurar un sistema financiero global estable, con las instituciones y regulaciones adecuadas. En otros ámbitos como la reforma de las administraciones públicas o el tránsito hacia otro modelo productivo ¿estamos poniendo en marcha las reflexiones necesarias y los correspondientes procesos de reforma?

 

Si no somos capaces de aprovechar crisis como la(s) actual(es) para llevar a cabo las reformas necesarias, el futuro de nuestras formas de gobierno no es nada prometedor. A quienes prefieren esperar siempre a tiempos mejores hay que decirles que la calma, cuando vuelve, casi nunca ha mejorado los problemas.

Instituto de Gobernanza Democrática
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