¿Feminizar la política?

La Vanguardia, 31/08/2018 (enlace)

 

La falta de representación de las mujeres no es una casualidad histórica sino una característica estructural del estado moderno, sostenido por un contrato sexual que descualifica a las mujeres para el espacio público. Como desveló Carole Pateman en su célebre libro sobre El contrato sexual, el estado democrático ha sido y es masculino en la medida en que no cuestiona el contrato fundador en el que se basa. Se trata de una división de funciones según la cual el espacio público sería el ámbito propio del varón independiente y el espacio privado estaría a cargo de la mujer que se ocupa de gestionar las dependencias.

La democracia de paridad contribuye a que la política deje de ser concebida como el juego de individuos independientes y entren en ella las ideas de dependencia o interdependencia. La sociedad debería estar representada por los individuos en toda su complejidad y no solo por esa visión simplificada de individuos autosuficientes. La democracia paritaria coloca a la solidaridad, los deberes, la interdependencia en el centro de la vida política. La paridad refleja indirectamente que somos seres dependientes, que vivimos en un contexto de interdependencias, y puede contribuir decisivamente a desentronizar al sujeto soberano y la lógica de la autosuficiencia. Pasaríamos de una política entendida como el combate entre soberanos a otra concebida como la relación entre sujetos interdependientes.

El feminismo responde, en mi opinión, a la crítica a ese modelo de independencia, lo que no tiene nada que ver con la forma territorial de los estados o las aspiraciones soberanistas. El feminismo es incompatible con la política practicada por sujetos que se desentienden de lo que depende de ellos, de los efectos que sus decisiones tienen en otros, y esa actitud no es patrimonio de ninguna identificación nacional. Se puede aspirar a constituir una nueva nación desde la igualdad de genero y en un horizonte cosmopolita o como un ejercicio de insolidaridad y aislacionismo, del mismo modo que se puede argumentar a favor de la unidad del Estado respetando las diferencias internas o como una imposición.

Pero tampoco considero correcto hablar de “feminizar la política” porque creo que es más emancipador romper esa división del territorio que consagra unas determinadas peculiaridades para cada uno de los sexos, principalmente lo público para el varón y lo privado para la mujer. No es que los hombres representen la independencia y las mujeres la dependencia (el cuidado o la atención a lo particular), sino que hombres y mujeres deben representar ambos principios y llevar a cabo con igualdad todo tipo de tareas. La clave está en que la entrada paritaria de las mujeres en el espacio público cuestiona la adscripción de unas propiedades naturales a cada uno de los géneros.

La democracia paritaria completa la democracia mutilada de los varones en la medida en que introduce las cuestiones relativas a la interdependencia humana en el núcleo de la agenda política; una subjetividad política que incluya a las mujeres promueve el estilo de las relaciones de mutua dependencia allá donde ha regido hasta ahora la lógica de la soberanía. Esta introducción no se debe a que las mujeres vayan a llevar a cabo en el ámbito público las tareas que realizaban en el privado (lo que no es posible), ni a que las mujeres en tanto que tales representen una forma diferente de hacer la política (menos jerárquica y competitiva, más empática y cooperativa, como a veces se sostiene) sino a que la presencia paritaria de las mujeres en el espacio público nos obliga a todos a revisar el tradicional reparto de funciones y, sobre todo, a deconstruir el ideal humano de la autosuficiencia.

La entrada paritaria de mujeres en el espacio público no supone que ellas lleven a él sus supuestas tareas específicas de hacerse cargo del cuidado y la dependencia, sino que obliga a reorganizar esa división del trabajo y cuestiona la idea de que sólo se pueda vivir en el ámbito público siendo hombre o mujeres sin cargas de este tipo. Al trastocar la política de la autosuficiencia, el feminismo así entendido abre paso a un modelo en el que otros valores —la vulnerabilidad, la cooperación, el cuidado— puedan ser propiedades y asuntos del espacio público (de hombres y mujeres, por tanto). Del mismo modo que la democracia puede dejar de ser un espacio para individuos independientes, las instituciones políticas pueden abrirse a la lógica de la cooperación y a la atención a lo común, todo un cambio de paradigma en el espacio local y global.

 Las mujeres no están más cerca a la gente sino, por desgracia, más alejadas de la política. Con la democracia paritaria no se trataría, por tanto, de feminizar la política sino más bien de politizar a las mujeres.

Instituto de Gobernanza Democrática
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