Babelia. El País, 19/03/2022 (enlace)
El investigador Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es autor de varios ensayos sobre temas como el orden global y la gobernanza democrática. Su libro más reciente, La sociedad del desconocimiento (Galaxia Gutenberg), aboga por la desconfianza en un contexto saturado de información.
Sócrates dijo aquello de ‘Solo sé que no sé nada’. ¿Ahora ya no sabemos ni eso? Él lo dijo por virtud, nosotros por necesidad. Lo que para Sócrates era un acto de humildad, en nosotros es una estrategia cognitiva.
Ante un caudal de información casi inagotable, ¿qué herramientas pueden ayudar a discernir lo verdadero de lo falso? La racionalidad hoy es cavilación, demora, resistencia frente a los automatismos, desconfianza frente a lo demasiado ostentoso, protección frente al ruido, aplazamiento de las respuestas.
¿Qué lecciones nos enseñan los negacionistas, terraplanistas y demás enemigos de la ciencia? Lecciones, ninguna, pero constituyen un desafío para volver a calibrar nuestro concepto de racionalidad.
¿Qué tres atributos definen al buen pensador? La filosofía responde al deseo de explicarlo todo y exige aceptar el fracaso cada vez que lo intentamos. Por eso, respondería con las tres frases más filosóficas que conozco: el coloquial “ahí lo dejo”, el “volveré” cuando Schwarzenegger dejó el cine y el “tómate tiempo”, que según Wittgenstein debería ser la contraseña de la secta de los filósofos.
¿Qué libros le acompañaron mientras escribía este libro? Leo fundamentalmente ensayos; en este periodo a quienes están reflexionando acerca de si la inteligencia artificial es tan inteligente como suponemos: Hawkins, Nassehi, Dennett, Russell, Pinker, Crawford…
¿Qué novela u obra de ficción recomendaría para atisbar una explicación a la sociedad contemporánea? El show televisivo Little Britain cuando una madre llega al hospital con su hija de cinco años para realizarle una operación de amígdalas que había concertado y la recepcionista le dice que estaba programada una operación de ambas caderas. A las objeciones de la madre, la recepcionista le contesta: “el ordenador dice que no”. Esta situación ilustra hasta qué punto puede llegar a ser absurda la repartición de funciones entre los humanos y las máquinas.
¿Cuál ha sido su último gran descubrimiento literario? He leído muchas cosas interesantes pero ningún descubrimiento comparable al Proust que me mostró los recovecos del ser humano.
¿Qué canción o pieza musical usaría como autorretrato? Desde que leí y traduje el comentario de Adorno al estilo tardío de Beethoven soy un entusiasta de ese periodo en el que el compositor abandona su locuacidad en favor de una expresividad sin deseo de originalidad ni grandilocuencia, la fuerza de lo convencional, del cliché, de lo no resuelto.
¿Qué película ha visto más veces? Creo que no he visto ninguna película más de una vez.
Su diálogo favorito en una película. La escena de El largo adiós en la que el detective Philip Marlowe, el protagonista de las novelas de Chandler, dice: “La gente viene a mí con problemas”. Algo así nos pasa a los filósofos, adictos a los problemas y torpes para las soluciones, pero esperanzados con la idea de que una adecuada formulación de los problemas sea buena parte de la solución.
¿Qué libro tiene ahora mismo abierto en la mesilla de noche? Por la noche leo el periódico del día siguiente; es mi forma de estar por delante de mi propio tiempo.
¿Uno que no pudo terminar? La mayor parte de los libros que existen en el mundo los he abandonado antes de empezar.
¿Y cuál transformó su visión del mundo? La teoría de la acción comunicativa de Habermas, Sistemas sociales de Luhmann y La sociedad del riesgo de Beck son, pese a su aparente incompatibilidad, la trinidad del pensamiento contemporáneo. Me formé en ese triángulo, mediando entre sus riñas.
¿Qué está sobrevalorado en nuestra sociedad? El pesimismo y la crítica.
De no haber sido filósofo habría sido… Pintor, pero mi padre, ingeniero, no me dejó. En mi caso la filosofía es una argucia para ser pintor de otra manera.