Demasiado tarde

DEIA, 4/05/2018 (enlace)

 

Al leer los últimos textos escritos por ETA, llenos de eufemismos y cosas que parecen argumentos, me he acordado de aquella historia del caldero que contaba Freud para ilustrar lo poco que nos suele gustar reconocer los propios errores. Alguien le reclama a otro una indemnización porque el caldero que le había prestado tenía un agujero y este le contesta: en primer lugar, tu no me has prestado ningún caldero; en segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado; y en tercer lugar, yo te he devuelto el caldero completamente intacto. ETA hace algo parecido cuando afirma que solo algunos de sus asesinatos estuvieron mal, que su violencia era la respuesta a otra (que, esa sí, era mala desde todo punto de vista) y que le debemos un favor impagable por habernos dejado en paz. Para una organización terrorista que se retira sumando a su fracaso moral un fracaso político, las dificultades a la hora de realizar una autocrítica deben de ser insuperables.

 

Confieso que no albergaba grandes expectativas en relación con estas ceremonias; no es muy realista esperar que quienes hasta hace muy poco han sido capaces de matar nos dieran ahora una clase de ética. Tampoco lo necesitábamos. En este País nos siguen encantando las liturgias, mientras que lo relevante son los hechos; en este caso, el hecho de que ETA se vaya definitivamente, que ya nos encargaremos los demás de contar lo sucedido. Lo único que le debemos (como se lo debemos a cualquier preso) es acabar con la dispersión; para todo lo demás, para decidir nuestro destino y protagonizarlo nos bastamos solos.

 

ETA no sabe cómo contar lo que ha hecho con el caldero y apela a cosas literalmente increíbles y contradictorias, cuando no grotescas, como eso de que surgieron del pueblo y a él regresan o que esperan que ahora estemos todos a la altura de la responsabilidad que nos corresponde. El final de ETA es el resultado de haber caído en la cuenta de su inutilidad, pero no porque hayan elaborado algún tipo de juicio moral. Todo su lenguaje sigue siendo de un utilitarismo brutal y nos permite concluir que seguirían si pudieran y si les hubiera salido el cálculo de que con más muertos encima de la mesa nos iban a doblegar. Que no hay ese mínimo de sensibilidad moral que es esperable se pone de manifiesto en esa distinción entre víctimas culpables e inocentes, que funciona como un burladero para rehuir el principio de que matar estuvo siempre mal. Y esa vaciedad moral se revela también en la historia de que había un conflicto que les justificaba (coincidiendo así con el modo como Rafael Vera justifica todavía hoy la guerra sucia). Claro que ha habido y probablemente seguirá habiendo un conflicto político, pero ETA no ha contribuido a buscar una solución democrática sino que lo ha pervertido. La “causa del Pueblo Vasco” explica que mucha gente muriera pero no ha dado ninguna razón a nadie para matar.

 

Este adiós a las armas, por utilizar la expresión de Hemingway, además de sin ética, se produce sin ninguna contrapartida y sin épica reconocible. Por eso no deja de llamarme la atención que haya alguna asociación de víctimas que lo viva como un triunfo que les humilla. Debería bastarles escuchar a ese sector de la izquierda abertzale que califica todo esto de traición porque no se han conseguido ninguno de sus objetivos; sus intenciones son despreciables, pero han dicho la verdad. No son mejores que los oficiantes, pero son más sinceros porque no forman parte de esa escenografía que trata de vendernos un caldero que no es suyo, que tiene un agujero y que nos les pertenece.

Instituto de Gobernanza Democrática
Instituto de Gobernanza Democrática
Libros
Libros
RSS a Opinión
RSS a Opinión