La Vanguardia, 10/07/2020 (enlace)
Si algún efecto positivo ha tenido la pandemia es proporcionarnos tiempo y temas para pensar. Lo que sigue son pensamientos surgidos también al hilo de las discusiones que se han generado en este
extraño tiempo.
- En una crisis sale lo mejor y lo peor del ser humano, dice el lugar común, pero lo que más sale es lo regular.
- De lo único que podemos estar seguros es que de las crisis salimos con más tópicos.
- En torno a una pandemia, como a cualquier crisis, se forma un coro de los que sabían cuando nadie sabía y saben ahora cuando todavía no sabemos.
- Si acusamos a quienes toman las decisiones políticas en medio de una grave crisis de no actuar correctamente cuando tenían la información necesaria, por mucha retórica adornada de modestia
que utilicemos, estamos adoptando una posición de arrogancia implícita: acusamos sobre el supuesto de que sabemos que ellos sabían y no querían. Una acusación de ese estilo revela que no hemos
comprendido que la actuación en problemas complejos lleva siempre consigo un conocimiento escaso y una información incompleta. Nuestro esfuerzo debería concentrarse en hacer compatible la
exigencia de responsabilidades con el reconocimiento de que representantes y representados actuamos siempre con un saber insuficiente.
- Cuando el confinamiento nos obliga a suspender todas las actividades “no necesarias”, se ponen de manifiesto las verdaderas características de las relaciones sociales: los encuentros
fortuitos, los intercambios inesperados, la exposición a lo imprevisto. Obligados a concentrarnos sobre lo esencial advertimos que lo propio del espacio público es la sorpresa.
- Puede parecer extraño e incluso irracional estar preocupado por la posibilidad de desastres altamente improbables, pero todo lo que ha ocurrido lo ha hecho siempre una primera vez. Y hay
ciertas catástrofes para las que no podemos permitirnos una sola vez.
- Necesitaríamos más certezas de las que actualmente tenemos para estar tan seguros de ese futuro catastrófico que algunos, más que como una advertencia sobre lo posible, certifican como algo
inexorable. Que el desastre sea una posibilidad quiere decir que no es una necesidad. Y seguramente no sea una buena idea no querer tener hijos para que vivan en esas condiciones, porque si
nosotros nos hemos mostrado incapaces de frenar las crisis, tal vez nuestra obligación es permitir que otros lo intenten. No tenemos ningún derecho a dar por supuesto que las generaciones futuras
van a ser tan estúpidas como nosotros.
- Tras las crisis, aprender o no aprender, esa es la cuestión. Las crisis no nos dan lecciones ante las cuales no quepa sino ponerse de rodillas. Las crisis dan una lección que hay que
interpretar mediante la movilización cognitiva y la discusión democrática.
- Saber lo que vamos a aprender tras una crisis es imposible; si ya lo sabemos, no necesitamos aprenderlo y si lo vamos a aprender es que ahora no lo sabemos. Quienes menos aprenden es quienes
dan lecciones. Querer tener razón siempre es incompatible con aprender.
- EL lugar que ocupaba la historia como magistra vitae parece corresponderle ahora a la pandemia. Pero la primera lección que hay que aprender tras una catástrofe es a distinguir entre
lo que debe ser aprendido y lo que debe ser soportado, entre las disfuncionalidades que se deben a nuestros errores y las que obedecen al simple hecho de que la naturaleza no se siente
especialmente obligada a respetarnos.
- La pandemia nos obliga a revisar muchas cosas, pero es significativo que se imponga el viejo imaginario expiatorio que opone el orden cívico contra el desorden comercial. Lo que en la
Marsella de 1720 era el hedonismo y el lujo, es hoy la globalización capitalista y el consumismo; la función del Dios punitivo y vengador la adquiere ahora una Tierra que se venga de nuestros
excesos; en ambos casos la inocencia de los pueblos autosuficientes se defiende de los peligros de la hibridación exterior. Por eso no faltan quienes ven en el confinamiento un tiempo de
penitencia del que se deberían seguir profundas conversiones. ¿Acaso no puede haber catástrofes sin pecados que las expliquen? ¿No podemos pensar todo esto fuera de un marco pseudorreligioso?
- Cuando a un grupo de personas se les ensalza como héroes seguramente es un presagio de que van a ser tratados luego como mártires. Bastaría con que les diéramos lo que se merecen
(reconocimiento y medios) ahora y después.