Artículo Publicado en El Diario Vasco/El Correo, 25/01/2014
Se habla mucho de déficit democrático, pero creo que el problema más profundo de Europa es su déficit cognoscitivo, nuestra falta de comprensión acerca de lo que la Unión Europea representa. Nos cuesta entender que estamos ante una de las mayores innovaciones políticas de nuestra historia reciente, un verdadero laboratorio para ensayar un nueva formulación de la identidad, el poder o la ciudadanía en el contexto de la mundialización. La crisis que está detrás del fracaso constitucional, tras la desafortunada gestión de la crisis del euro o la desafección generalizada ante la posibilidad de avanzar en la integración se debe fundamentalmente a una deficiente comprensión de lo que somos y lo que estamos haciendo, a la falta de una buena teoría sobre Europa. El déficit al que me refiero no es una falta de comunicación que pudiera resolverse con un mejor marketing. Es una falta de comprensión y de convicción (entre sus ciudadanos y sus gobernantes) acerca de la originalidad, sutileza, significación y complejidad de la construcción europea.
Tal y como están las cosas, no podemos avanzar en la necesaria integración confiando en el sostén de unas poblaciones a las que no resulta inteligible la construcción europea, que han sido bombardeadas durante años con discursos proteccionistas y a las que ahora se alimenta con una imagen de Europa como un agente disciplinador al servicio de los mercados, sin recordar, al mismo tiempo, las responsabilidades que compartimos y las ventajas mutuas de las que somos beneficiarios. La actual crisis de legitimidad debe entenderse como el contraste entre las nuevas prácticas y las viejas ideas, contraste que dificulta a la ciudadanía entender qué puede esperarse de la UE, qué tipo de legitimidad y qué responsabilidades están en juego, cuáles son los límites de una acción de gobierno mancomunada. Este es el caldo de cultivo en el que se alimentan el populismo y el desencanto. Que los asuntos políticos y lo que está en juego en cada caso sea inteligible por la gente es fundamental para el funcionamiento de una democracia.
De la crisis actual sólo saldremos con nuevos significados. Y para ello se requiere un salto conceptual que nos permita comprender y explicar las ventajas y los deberes de la interdependencia. Sólo una comprensión de las utilidades del proyecto europeo nos hará capaces de superar el “miedo demoscópico" (Habermas) que atenaza a nuestros dirigentes y explica la primacía del corto plazo en sus decisiones, así como la deriva populista de nuestras sociedades. Es necesario entender hasta qué punto la UE constituye un instrumento para aliviar los efectos negativos de la globalización y recuperar a nivel europeo algunas de las capacidades perdidas en el plano estatal. La UE tiene que ser capaz de mostrar que añade valor a la mera yuxtaposición de estados nacionales.
Es indudable que existe un conflicto entre los principios normativos de la democracia y la efectividad de la política para resolver algunos problemas colectivos de singular envergadura. Pero las instituciones supranacionales son parte de la solución, por difícil que esta sea, y no parte del problema. No todas las obligaciones que hemos ido asignando al estado pueden actualmente llevarse a cabo en su seno y con los instrumentos de la soberanía estatal; cuanto antes lo reconozcamos, antes nos pondremos a pensar y trabajar en una nueva configuración política donde haya un equilibrio entre democracia, legitimidad y funcionalidad. Vistas las cosas desde esta perspectiva, la UE ofrece unas posibilidades inéditas de hacer frente a los desafíos de la interdependencia en un mundo desterritorializado. O se entiende esto, o no se entiende nada.
Lo que Europa necesita es conocerse y renovar su coherencia. No se puede avanzar en la integración política si no abordamos abiertamente la cuestión de la naturaleza de Europa, si escamoteamos las preguntas de fondo acerca de lo que es y puede llegar a ser. Ni que decir tiene que sin esa aclaración, las políticas de comunicación en el seno de la Unión no podrán ser eficaces, especialmente en una sociedad que es madura y en la que cada vez se pueden hacer menos cosas sin dar razones convincentes. Como decía Julia Kristeva, Europa no sólo tiene que ser útil, sino que también ha de tener sentido. Comprender Europa es el primer paso para conferirle un sentido e imprimirle una dirección, para indicar a la ciudadanía qué es lo que debería recibir su asentimiento después de un debate público. Es posible que durante un tiempo esta clarificación se considerara ociosa, pero ahora resulta ineludible tener una idea de Europa que explique su peculiaridad y las posibilidades que contiene. Las elecciones del próximo mes de mayo son una gran oportunidad para ello.