El País, 26/06/2010
La crisis económica ha afectado también a los instrumentos que deberían describirla, al marco intelectual y conceptual que sostiene nuestra comprensión de las realidades económicas. La pérdida de confianza en los mecanismos financieros ha abierto la era de la desconfianza más general hacia la ciencia económica dominante, de la que se sospecha estar maniatada por una concepción demasiado estrecha de lo humano, muy poco sensible a las dimensiones sistémicas y sociales de la realidad económica. La economía ha perdido, junto con su carácter de ciencia social, moral y política, su capacidad crítica.
El fracaso de los economistas a la hora de anticiparse a la crisis se explica por la especialización y fragmentación de las diversas especialidades, más concretamente, por la ilusión de calculabilidad que esta especialización provocaba. De ahí la curiosa paradoja de que los mejores expertos hayan sido incapaces de detectar una burbuja mientras que, como señalaba un economista americano, todos los taxistas de Miami podían describir a sus clientes con gran exactitud las características de la burbuja inmobiliaria que se empezó a formar a partir de mediados de los años 2000. La economía se encuentra así hoy en una situación paradójica: cuando parece que está en las mejores condiciones de explicar los fenómenos económicos y sociales, se encuentra desamparada y perpleja en medio de una crisis financiera que no ha sido capaz de prever.
El afán de exactitud de la economía da lugar a una enorme inexactitud social. Esta es la razón que explica el hecho de que la ciencia económica así ejercida formalice mal los aspectos sociales y políticos de una economía de mercado. La eficacia de la división del trabajo en la investigación económica se traduce en pérdida de inteligibilidad de las interdependencias que actúan en todo proceso económico, que es un acontecimiento social.
La ciencia económica ha intentado poner entre paréntesis la naturaleza profundamente subjetiva de los comportamientos económicos con el objetivo de asegurar sus pretensiones de ciencia exacta y favorecer el desarrollo de su matematización. La crisis parece sugerir que había otros derroteros posibles, por ejemplo, lo que podríamos denominar la vuelta a una economía de las pasiones. Se percibe un deseo de recuperar una visión integral de la economía como una realidad antropológica y social, que tome en consideración las pasiones humanas y las repercusiones sociales, más allá de los modelos abstractos al uso. El retorno a las pasiones en el vocabulario económico es una vuelta a los orígenes del pensamiento económico que desde Adam Smith situaba a la economía en un contexto antropológico.
La autonomización de la economía como disciplina académica es tributaria de una interpretación extremadamente ingenua del campo económico. No hay relaciones económicas sin instituciones, sin estados, sin regulaciones, sin lenguaje ni cultura. Es preciso que la economía vuelva a ser una ciencia social e histórica, que recupere su alianza con la filosofía social y política y no utilice la modelización matemática más que de manera accesoria e instrumental. Si los economistas más cercanos a la política o a la sociología se han equivocado menos con la crisis es, de entrada, por esta razón. Dado que la crisis económica se debe a una disociación entre lo económico y lo social, se requiere ahora un pensamiento económico que entienda la vinculación entre ambas dimensiones de la actividad humana.
Es la hora de volver a quienes han considerado siempre la economía como una ciencia social y no como una ciencia exacta. Aplicar teorías al mundo real exige dominar un gran número de conocimientos sobre la política, la historia y el contexto local. Así lo entendieron Smith, Marx o Keynes, que tenían en común haber pensado la economía como un sistema de relaciones y no como una simple colección de mercados yuxtapuestos.
Las llamadas a construir “otro mundo” son un signo de que el altermundialismo concede demasiada realidad al modelo que combate. Si hay que transitar hacia otro mundo, vienen a decir, es porque este ya no tiene remedio y su explicación está monopolizada por los “realistas”. Ahora bien, no está nada claro que el “realismo” que pretende para sí la ciencia económica posea la consistencia que generalmente se le concede. Si algo le ha faltado a la economía —ahora podemos decirlo con una perspectiva acreditada por la historia reciente— es realismo.
Hay además un efecto perverso de esta crítica: la moral no basta para modificar la economía e incluso puede servir como contrapunto de la lógica mercantil. Los monopolizadores del realismo económico pueden sentirse bastante cómodos si quienes les critican no les plantan cara en el plano de la descripción de la realidad sino en el de los valores. La crítica al capitalismo contemporáneo, si quiere ser más radical que moralizante, debe dirigirse a combatir el supuesto realismo de la ciencia económica dominante. Hoy lo más revolucionario es una buena teoría… económica. La cuestión no es imaginar otro mundo sino elaborar otra economía para describir este y poder mejorarlo. No es otro mundo sino otra economía lo que necesitamos.
Akerlof, George / Shiller, Robert J. (2009), Animal Spirits: cómo influye la psicología humana en la economía, Barcelona: Gestión 2000.
Cohen, Daniel (2009), La prospetité du vice. Une introduction (inquiète) à l’économie, Paris: Albin Michel.
Latour, Bruno / Lépinay, Vincent-Antonin (2009), La economía, ciencia de los intereses apasionados, Buenos Aires: Manantial.
Sen, Amartya (2010), La idea de la justicia, Madrid: Taurus.