Ana Vozmediano, Diario Vasco, 12/06/2017 (enlace)
Es catedrático de filosofía política y social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Daniel Innerarity, con un currículum interminable, presenta mañana martes su último libro, 'La democracia en Europa', en el Koldo Mitxelena de San Sebastián a partir de las 19.00 horas. Cree que Europa necesita una reflexión sobre su naturaleza, valores y fines para conseguir la aceptación popular.
-Lamenta que nadie hable de Europa, que lo que fue una especie de sueño o panacea ya no sea motivo de reflexión ni siquiera en los parlamentos.
-Las políticas europeas tienen un carácter discreto, opaco, furtivo. Llevamos mucho tiempo soportando decisiones que se adoptan sin debates abiertos. No acertamos a implicar a la gente, para que el protagonismo no resida solo en los estados.
-¿Qué ha acabado con esa ilusión colectiva que fue Europa?
-Se han agotado los grandes relatos que la legitimaban, en buena parte porque han sido exitosos y se dan por descontados. Europa es la historia de sus promesas: la paz, la prosperidad económica, el asentamiento de las nuevas democracias. Todo esto ha dado unos resultados espectaculares. Ahora bien, las nuevas generaciones dan todo esto por hecho pese a que ven cómo la crisis ha arruinado muchas de sus expectativas. Hace falta otro relato que legitime a la Unión y no veo otro que la Europa social.
-¿El 'Brexit' va a ser contagioso?
-No lo creo, sobre todo porque vamos a ver sus desastrosos resultados en muy poco tiempo. Para el resto de la Unión puede ser un factor de cohesión; para el Reino Unido va a ser disgregador y decepcionante, lento, costoso. Es una malísima decisión que puede tener un único efecto positivo: Situar la pertenencia a la Unión así como las modalidades o el ritmo de la integración en manos de la ciudadanía. Desde que el Tratado de Lisboa contempló la posibilidad de salir y los británicos optaron por irse en el referéndum, los demás estamos en ella porque queremos. Me parece muy democrático que las pertenencias a una entidad política estén en manos de la libre decisión de la ciudadanía. No es democrático estar en un sitio del que uno no se pueda ir, aunque no quiera hacer uso de esa posibilidad.
-Los políticos parecen haberse desentendido en Europa y la sociedad se ha distanciado de los políticos. ¿Y las consecuencias?
-Europa se ha dirigido de una manera un tanto aristocrática. De todas maneras, hay también mitos en relación con la distancia entre gobernantes y gobernados, las democracias también pueden fallar por estar demasiado cerca.
-¿Para los jóvenes Europa es solo el Erasmus o un viaje low cost de tres días a grandes ciudades?
-Los jóvenes ya ni siquiera valoran como algo positivo su movilidad; la consideran un hecho irreversible. Para mi generación era una aspiración. Pero no podemos irles con el sermón de que esto es muy importante porque ellos ya lo tienen como algo natural. Debido a mi nomadismo como investigador, mis hijos han vivido en cuatro países de Europa; casi no saben lo que es una frontera, ni geográfica ni idiomática. El relato que les identifique con el proyecto político de Europa tiene que apuntar por algo que no tengan y que pueda ilusionarles.
-Es muy crítico con la palabra populismo.
-La he utilizado muchas veces, pero me parece que a estas alturas está tan agotada como la de la casta. ¿Qué tienen en común Tsipras y Le Pen? Nos pasa con muchos conceptos de los que nos servimos, pero que confunden más que aclaran. Tenemos que llevar a cabo una profunda renovación de nuestros conceptos y discursos si es que queremos entender lo que está pasando en el mundo y tener algún poder de transformación.
-Sin embargo cree que la tan denostada socialdemocracia, acabará volviendo. ¿También la política es cuestión de modas?
-Sostengo que la lógica de la moda se ha apoderado de la política, esa lógica, que consiste en introducir incesantemente novedades que enseguida envejecen. Pero, como todo el mundo sabe, muchas de las novedades son reposiciones de lo que se había declarado como antiguo. Después de haber declarado muerta a la socialdemocracia, ahora todo el mundo la defiende. No me extraña: es la síntesis más exitosa de libertad e igualdad que hemos inventado.
-¿Tiene la sensación de que los partidos emergentes se están haciendo viejunos?
-Quien se empeñe en estar siempre al último grito en materia política terminará desorientado y envejecerá muy pronto; quien mantenga la serenidad, que no debería ser una disculpa para cambiar lo que sea necesario, se encontrará con nuevas oportunidades. Esto vale para partidos y sindicatos, pero también para los medios y la ciudadanía.
-¿Es normal que un partido que acumula casos y casos de corrupción siga siendo el más votado y que gobierne?
-No es en absoluto normal, pero tengamos en cuenta varias cosas: su notable descenso electoral y la incapacidad de la oposición para articular una alternativa viable. Me asombra la resistencia de todos esos votantes que siguen apostando por el PP cuando ya hay otra posibilidad a la derecha, pero también la impericia de los partidos de izquierda para poner realmente en peligro la hegemonía de la derecha.
- ¿Qué sintió cuando no consiguió el escaño por Navarra?
-Fui candidato de Geroa Bai, probablemente porque nadie quería serlo y ya habíamos perdido el escaño en las elecciones anteriores. Mi compromiso político no tiene nada que ver con ganar o perder. No soy Vargas Llosa que cuando perdió las elecciones dijo que la gente había preferido que se dedicara a la literatura. No me arrepiento, lo volvería a hacer y seguiré apoyando al Gobierno de Uxue Barkos y a la nueva Navarra que se abre paso después de la hegemonía del régimen anterior.
- Le he oído decir que el autogobierno solo interesará a la gente si ayuda a mejorar su vida, que si no parecerá una cosa de pijos.
-Lo puedo formular de una manera menos provocativa: antes de la crisis económica, la agenda política vasca tenía al autogobierno como el tema central y un tanto descontextualizado, como algo que tenía más que ver con ciertos principios que con la vida real de la gente. El caso más claro es la ausencia de un discurso social en la izquierda abertzale. Al irrumpir la crisis económica, el autogobierno tiene sentido si implica una mejora de las condiciones sociales de la gente real. Esto lo vio venir Urkullu. El debate ya no está tanto en quién tiene una competencia sino en quién la ejerce mejor y eso se refleje en la vida de la gente, en su empleo, bienestar y protección social.