En qué piensan los políticos

Artículo publicado en El País, 15/01/2011


La dificultad de los problemas a los que nuestras sociedades deben hacer frente aumenta la exigencia de que las decisiones políticas estén apoyadas en ideas, conceptos y argumentos sólidos. Saber en qué piensan los políticos y cuáles son las responsabilidades políticas de los intelectuales fue el objetivo del debate que se celebró el pasado 6 de diciembre en el Théâtre du Rond Point, en los Campos Elíseos de París, dirigido por Philippe Lemoine. Los políticos estaban representados por Daniel Cohn-Bendit, diputado europeo de los Verdes; Hervé Gaymard, diputado conservador de la UMP y antiguo ministro, y Vincent Peillon, eurodiputado socialista (además de filósofo). Entre quienes tienen como oficio más bien pensar que hacer la política se encontraban el sociólogo Anthony Giddens, ex consejero de Tony Blair y actual miembro de la Cámara de los Lores, la filósofa Myriam Revault d’Allonnes, el sociólogo Dominique Wolton y el que escribe estas líneas, filósofo de profesión.

 

Que la política necesita hoy más que nunca reflexión fue un principio compartido por todos. Comenzar por la nostalgia es algo muy parisino y hubo quien echó de menos aquellos grandes debates que tuvieron lugar hace veinte o treinta años. Alguno apuntó incluso que entre las causas del actual malestar hacia la política tendría que figurar un insuficiente trabajo intelectual, que debería ser corregido por una relación más estrecha entre los políticos y los pensadores. Pero las dificultades de esta relación tienen que ver con el hecho de que tanto el modelo del experto tecnócrata como el del intelectual comprometido tienen una idea de la superioridad del trabajo intelectual que no suele hacer justicia a la complejidad de las decisiones políticas ni a la lógica que rige los asuntos de la política donde, además de verdad y competencia, debe haber legitimidad y oportunidad. Mientras estas dos grandes lógicas de la reflexión y de la decisión no se respeten entre sí, la relación entre ambas no dará lugar a una sociedad mejor gobernada, que es de lo que se trata.

 

Entre las exigencias que deberían acometer los que tienen como tarea la renovación del pensamiento político merecen ser recordadas la atención hacia una realidad que es cada vez más compleja (y de lo que suele desentenderse quien prefiere poner la crítica por delante de la comprensión), el deber de escuchar una mayor variedad de puntos de vista (de intereses, de métodos científicos) y la modestia, una virtud intelectual que vuelve tras un largo periodo en el que las seguridades ideológicas parecían haberla convertido en superflua. La sociedad actual recupera la ignorancia como algo que debe aprender a gestionar. Y se adivina que las principales polémicas políticas van a girar en torno a cuánta ignorancia podemos permitirnos, cómo podemos reducirla con procedimientos de previsión o qué riesgos es oportuno asumir. Como pudo comprobarse, algo muy poco heroico y demasiado humano, si lo comparamos con nuestras viejas certezas.

 

¿Y en qué deberían pensar los políticos? Hubo una coincidencia general en que sus decisiones deben estar apoyadas en una mayor reflexión intelectual y en una visión de largo plazo (los políticos no piensan tanto en el futuro como en su futuro, advirtió jocosamente Daniel Cohn-Bendit). El oficio, además de difícil con la que está cayendo, es especialmente ingrato. La gestión de las constricciones del presente, la codecisión en condiciones de interdependencia carece del sex appeal que rodeaba al liderazgo soberano. Pero cuanto antes nos demos cuenta de que esto es lo que hay, antes dejaremos de echarles en exclusiva la culpa de que no se aclaren con una situación que tampoco los demás terminamos de entender demasiado bien.

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