El Diario Vasco/El Correo, 29/12/2010
Lo que los humanos entendemos por información no son los datos sin más, sino con un determinado sentido. La información solo existe a partir de la interacción entre el ser humano y la máquina
Puede que estemos en una época mucho menos creativa de lo que se entiende a sí misma. Una cosa son las retóricas de la creatividad y otra su realidad efectiva. Y donde mejor se manifiesta esta disposición es en el mito de la exactitud, es decir, en la creencia de que sólo son buenas las soluciones exactas y que cualquier problema puede reducirse a su tratamiento cuantitativo a partir de la enorme cantidad de datos que tenemos a nuestra disposición. Exaltamos la originalidad y el valor de la decisión, pero vivimos también en la época del ‘benchmarking’, de la búsqueda de la cuantificación, del ‘governing by numbers’, que no es sino un modo de tomar decisiones de manera que parezca que no se decide: indicadores, rankings, datos y mediciones.
El análisis de los datos ha ido adquiriendo progresivamente la primacía respecto de otras formas de conocimiento. Se ha instalado un modelo cognitivo neopositivista fundado sobre el tratamiento de datos. Su creencia es que, correctamente leídos, los datos nos ofrecerían un espejo en el que, por primera vez en la historia de la Humanidad, podríamos conocernos plenamente. Para esta manera de entender la realidad, no solamente la percepción, sino también una parte esencial del análisis conceptual es considerado como superfluo.
Todo esto se inscribe en una tendencia según la cual el desarrollo de los conocimientos y la construcción de sentido no se llevarían a cabo por la confrontación de una teoría con la realidad sino simplemente a partir de conmutaciones y permutaciones efectuadas sobre las masas enormes de datos. Hay quienes predicen incluso el final de la teoría y de la ciencia en el sentido habitual de desarrollo conceptual fundado sobre pruebas empíricas; aseguran que el conocimiento terminará siendo derivado exclusivamente por las correlaciones extraídas de las grandes masas de datos.
Este modo de pensar está inducido por numerosos factores tecnológicos y culturales, entre los cuales cabe destacar la circulación masiva de elementos cognitivos disponibles bajo la forma de datos informáticos, a partir de cuyo tratamiento estadístico se construyen significaciones y orientaciones prácticas. En este proceso se lleva a cabo un cambio furtivo pero crucial, que no afecta únicamente al modo como los investigadores entienden su existencia, sino también a la manera como todos la construimos. Tendemos a definir las situaciones de la vida como los problemas cognitivos, cuya naturaleza es computacional o se lee en términos de navegación (qué ver o qué hacer, cómo encontrar una película, pero también un amigo o una pareja) y que pueden ser resueltos mediante cálculos automatizados complejos, efectuados a partir de los datos e informaciones que suministran las tecnologías modernas y los modos de vida a ellas asociados.
Es frecuente pensar que los ordenadores procesan algo que ya es información, pero esto no es cierto más que en una acepción muy rudimentaria. Lo que los humanos entendemos por información no son los datos sin más, sino los datos con un determinado sentido. La información sólo existe a partir de la interacción entre el ser humano y la máquina. Los ordenadores procesan únicamente datos o información potencial. No hay información propiamente dicha si los datos no han sido procesados e interpretados, mientras no estén inscritos en un contexto de sentido.
Por supuesto que no tiene ningún sentido competir con el ordenador en velocidad, precisión o completitud. Pero hay al menos dos dimensiones de nuestra inteligencia de la que carecen las máquinas: la capacidad analógica y la valoración del conjunto. De nosotros se puede esperar una competencia creativa que consiste en pensar inexactamente como ocurre, por ejemplo, en esa utilización inadecuada del lenguaje que son las metáforas. Fortalecer el pensamiento inexacto significa ampliar nuestra capacidad de cálculo con las capacidades intuitivas e incluso no racionales. La segunda especificidad de la creatividad humana es ponderar los resultados de toda función de cálculo, valorarlos, interpretarlos, impidiendo así su aplicación irreflexiva y corrigiendo los fallos de la exactitud.
Estrechamente vinculado con lo anterior está otro ámbito en el que se manifiesta la creatividad humana: el descubrimiento y la formulación de problemas. La perspectiva de la creatividad nos enseña que son más importantes los problemas que las soluciones, del mismo modo que las preguntas requieren generlamente más inteligencia que las respuestas. Con frecuencia reducimos la creatividad a la solución de problemas reconocidos, pero la creatividad más necesaria es aquella que identifica problemas hasta ahora desconocidos. Las profesiones más cualificadas son aquellas que no se dedican a encontrar soluciones conocidas para problemas conocidos sino problemas desconocidos para soluciones posibles.
Por eso la creatividad implica siempre un cierto sabotaje contra la división del trabajo establecida, contra la parcelación del saber y la especialización, contra la exactitud de las soluciones habituales; supone una revisión de las competencias y de las expectativas, una fuerte disposición a aprender fuera del saber y las prácticas establecidas. Y para eso son indispensables las ciencias humanas y sociales, las grandes olvidadas en medio de un furor tecnológico que nos hace analfabetos en todo lo que se refiere a la interpretación y el sentido de las cosas importantes de nuestra vida, personal o colectiva.