El País, 08/06/2013
Cuando alguien dispone de una relación privilegiada con la realidad en comparación con el resto de los mortales, la prudencia aconseja ponerse a resguardo porque tarde o temprano te agredirá con ella. Algo así nos pasaba con un compañero de otra facultad que intentaba poner punto final a las discusiones advirtiendo que, para que dejáramos de decir tonterías, nos daría un dato... y los demás entendíamos que nos iba a dar con un dato.
Pocos pensadores han desmontado mejor que Gianni Vattimo esta aristocracia de los realistas. Su idea de que la experiencia de la verdad es un asunto de interpretación es menos una constatación de hechos que una afirmación de voluntad política: la crítica del objetivismo es lo que permite poner en circulación una comunidad democrática de los intérpretes. La hermenéutica es un asunto democrático en la medida en que se revuelve contra la pasividad frente a una realidad entendida como algo que no tiene nada que ver con el despliegue de nuestra libertad. El proyecto de Heidegger era precisamente salir de la metafísica objetivista porque la sentía como una amenaza la libertad y proyectualidad constitutiva de la existencia humana.
El pensamiento débil observa incólume el enredo en el que se meten los antirelativistas, que suelen equivocarse de problema, lo que para un filósofo es siempre la peor de las equivocaciones. Los antirelativistas consideran que esto es un problema teórico, como si toda una cultura se hubiera olvidado inexplicablemente del principio de no contradicción, cuando se trata más bien un problema práctico, de convivencia democrática, que resulta imposible si los sujetos creen que pueden hablar desde ningún lado, protegidos frente a cualquier forma limitante de historicidad.
En este libro de madurez y síntesis se despliegan sus tesis originarias pero matizadas gracias al efecto benéfico que sobre cualquier teoría ejercen los malentendidos a los que da lugar y las críticas que se le oponen. Pocos equívocos parecen irritar más a Vattimo que la confusión de la hermenéutica con un perspectivismo irenista, ontología ilusionista o esteticismo virtual y por ello subraya que el juego de las interpretaciones no siempre se despliega pacíficamente sino también en medio de decepciones y conflictos.
En el transcurso de estos años, también los realistas han dado muchas vueltas e incluso la realidad ha ido moviéndose incluso hasta cambiarse de bando. Tal vez quepa preguntarse ahora si, una vez efectuado el expediente de terminar con la realidad (y que parezca un accidente), no estaríamos en condiciones de recuperarla precisamente para aquel propósito emancipatorio que animaba a sus oportunos liquidadores. Conecto con aquella idea de los "límites de la desrealización" que el propio Vattimo desarrollaba en un libro anterior (La società trasparente, del año 2000) para sugerir un cambio de estrategia. La realidad, entendida no como posesión sino como horizonte, puede ser un elemento de emancipación, gracias a cuya referencia nos libramos de la autocomplacencia o el fanatismo, propio y ajeno, adquirimos una instancia de contraste y crítica, e incluso un motivo de revuelta contra las limitaciones de cuanto se nos impone como definitivo.
No hay libertad sin resistencia, a falta de la cual acabamos girando en el vacío de la autoconfirmación, la obstinación, el fanatismo y la locura. Nuestra cordura se la debemos a la falta de docilidad de las cosas y a la contradicción de los demás. Una expectativa jamás desmentida nos haría incapaces de aquellos descubrimientos que están en el origen de nuestras mejores experiencias, incluida la de la libertad.
Entre esas experiencias de liberación que deberíamos proteger las más decisivas son aquellas que nos permiten distinguir la transformación efectiva de la revuelta ilusoria, la modificación real de las cosas frente al gesto meramente expresivo. Nuestra voluntad de transformación de la realidad se acredita en la voluntad de hacer frente a aquella realidad que custodian celosamente los realistas. El olvido del ser que Heidegger entendió como la ausencia de emergencia, la incapacidad para el cambio, la desaparición de alternativas, es el escenario que comparten los realistas y los irrealistas. Los primeros porque no son capaces de pensar fuera de la estabilidad y la hegemonía; los segundos porque sus deseos de transformación se consumen en la irrealidad meramente gestual.
Los realistas conservadores son los mayores beneficiarios de que cierta izquierda claudique y emprenda la huida hacia la irrealidad. La undécima tesis de Marx sobre Feuerbach ha sido mil veces parafraseada con la intención de defender el activismo revolucionario. Me sitúo más bien entre quienes piensan que lo más revolucionario es hoy una buena teoría de la realidad, una explicación de lo que pasa capaz de hacer verosímiles sus interpretaciones más emancipadoras y desenmascarar la falta de realismo de los sedicentes realistas. El pensamiento débil nos ha advertido de que tuviéramos cuidado con la realidad, una advertencia frente a quienes, no se sabe muy bien por qué título, la tienen siempre de su parte; me permito sugerir que su prosecución debería ser una invitación al cuidado de la realidad, para impedir que esta sea monopolizada por los realistas, que suelen ser sus peores administradores.
Gianni Vattimo, De la realidad. Fines de la filosofía, Herder, 2013.