La Vanguardia, 28/12/2018 (enlace)
Cuando a uno le invitan a hablar del futuro, el protocolo de tales actos aconseja comenzar agradeciendo la invitación; lo haré, aunque no sé si el encargo de identificar el mundo que viene es más una faena que una muestra de generosidad. De todas maneras, recurrir a un filósofo a la hora de escudriñar el futuro es de lo más recomendable; no porque gocemos de una especial capacidad de adivinación, sino porque pocos profesionales hay tan dispuestos a arriesgar su escasa reputación fracasando estrepitosamente. Para ello, enumeraré un breve listado de conceptos y valores que pueden ayudarnos, a mi juicio, tanto a entender lo que pasa como a organizar lo que nos pasa. Y si alguien se siente especialmente desanimado por mi descripción, piense que seguramente la culpa radica en la dificultad de las cosas que caracterizan nuestro tiempo y que, si lo hubiera descrito mejor, probablemente las tareas que nos aguardan serían aún más complicadas. Siempre puede uno consolarse pensando que las buenas descripciones de la realidad –ojalá esta lo sea– constituyen la mitad de la solución.
Sintetizaré mi análisis de lo que nos espera en diez conceptos o valores que caracterizan el mundo que viene: un número que desde Moisés ya no es muy original, y tampoco constituye un catálogo cerrado, sino que es el resultado casual de un intento de inventariar las estrategias para comprender y gobernar el siglo XXI.
Creo que el mundo se va a caracterizar, se caracteriza ya, por la aceleración, la incertidumbre, el conocimiento, la sostenibilidad, la pluralidad, la complejidad, la inclusión, la interdependencia, la apertura y la protección. Advierto de antemano que alguno de estos valores son realidades asentadas y otros representan más bien aspiraciones normativas.
1. Aceleración
Que vivimos en un mundo acelerado es una evidencia para la que no hay que añadir muchas explicaciones. Basta con ver cómo tratamos de compensar nuestra impotencia con la agitación, cuánta perplejidad disimulamos fingiendo una seguridad que no tenemos, hasta qué punto detrás de muchas innovaciones no hay otra cosa que la sumisión a un carrusel que repone lo viejo conocido. Esta aceleración explica el desfase enorme que se está abriendo entre el ritmo trepidante de las cosas y nuestra capacidad para comprenderlas y organizarlas. El mundo se divide ahora entre los que se quedan paralizados o incluso propugnan una marcha atrás y quienes persiguen desesperadamente adaptarse a lo que viene, sin mayor reflexión y sin ponderar el sentido de ese movimiento que consideran ineluctable.
2. Incertidumbre
El segundo concepto central en esta nueva constelación es la incertidumbre. Nos conviene reconocer cuanto antes que un mundo en constante transformación deja de reafirmar las certezas que teníamos y produce un número mayor de incertidumbres de las que hasta ahora estábamos en condiciones de soportar. Esta realidad no debe ser necesariamente una excusa para la inacción, sino una invitación a buscar otras formas de gestionar esa incertidumbre como, por ejemplo, la construcción de confianza (gracias a la cual nos servimos del saber de otros) o aceptar que hemos de tomar cada vez más nuestras decisiones sin disponer de una información completa. ¿Acaso no puede haber racionalidad cuando faltan las razones abrumadoras y la duda persiste?
3. Conocimiento
Los grandes desafíos a los que nos enfrentamos requieren una enorme movilización de conocimiento. Asuntos como la lucha contra el cambio climático, la gobernanza financiera, la robotización del trabajo, la sostenibilidad de nuestro modelo de bienestar o la transición ecológica precisan voluntad política y compromiso con ciertos valores, por supuesto, pero mucho más aún, conceptos adecuados, diagnósticos certeros y saber experto. Avanzaremos poco si los dejamos únicamente en manos de los especialistas, pero mucho menos si los reducimos a unas vagas apelaciones moralizantes y no invertimos en el conocimiento que hemos de generar para llevarlos a cabo.
4. Sostenibilidad
En un contexto de aceleración carecemos del viejo privilegio de que valía con hacer las cosas bien en el presente para acertar; ahora hemos de actuar teniendo en cuenta las repercusiones que en el futuro tendrá lo que hacemos en el presente, de qué manera afecta al medio natural o cómo repercutirá en quienes todavía no existen, pero se verán afectados por nuestras actuales decisiones. Sostenibilidad quiere decir que no basta con hacer las cosas bien, sino que es necesario anticipar un juicio futuro que no nos van a proporcionar ni los actuales votantes ni los actuales rendimientos. Nuestros debates más interesantes van a girar en torno a los riesgos que estamos generando, las precauciones que debemos adoptar o el nivel de ignorancia que podemos aceptar como inevitable. No podemos seguir consumiendo futuro de una manera tan irresponsable; por ende, nuestras instituciones deben estar diseñadas precisamente para que los intereses futuros sean incluidos en nuestras decisiones actuales.
5. Pluralidad
La mayor parte de nuestros conceptos, instituciones y procesos de decisión no estaban pensados para reflejar tanta diversidad como existe hoy en nuestras sociedades. Los modos jerárquicos y verticales de organizar la convivencia son inapropiados para sociedades de inteligencia distribuida, que no entienden su pluralismo como un inconveniente, sino como un valor, que están cada vez más acostumbradas a la articulación horizontal de nuestras relaciones y donde son de muy escasa utilidad las órdenes sin legitimidad o las instituciones políticas que impliquen verticalidad y sumisión. El mundo, Europa especialmente, necesita avanzar en integración porque cada vez compartimos más riesgos y oportunidades; ahora bien, tanto en el seno de los estados como en las instituciones comunes transnacionales, esa integración solo es posible como integración diferenciada, sobre la base de diferencias reconocidas. Equilibrar adecuadamente la construcción de lo común y la afirmación de la especificidad será una tarea apasionante, tanto para quienes han de pensarla como para quienes deban llevarla a la práctica.
6. Complejidad
Llevo años insistiendo en que nuestros conceptos a la hora de pensar el gobierno en todos los ámbitos no están a la altura de la complejidad del mundo que debemos gobernar (y tratando de pensar algunas claves para superar este desfase). Es cierto que las batallas hoy son ganadas por quienes ofrecen una explicación simplificadora y alguna ilusión reconfortante. Pero, al mismo tiempo, los enfoques binarios, simplificadores y fuertemente ideologizados se revelan completamente inadecuados para llevar a cabo las grandes transformaciones que suponen la elaboración de diagnósticos compartidos, negociaciones entre muchos actores y estrategias complejas de transición.
Tal vez la agitación a la que antes me refería esté revelando nuestra profunda incapacidad para cambiar nada. Creo que, pese a las apariencias o su éxito momentáneo, este no es un mundo para los oportunistas, y que hay otro tipo de liderazgos que tanto la gravedad de nuestros desafíos como esa parte menos ruidosa de nuestras sociedades están demandando.
7. Inclusión
La gran inquietud de una sociedad democrática se centra en averiguar si están representados adecuadamente todos los intereses afectados por nuestras decisiones, si nuestras prácticas políticas están excluyendo injustamente a alguien y cómo podemos incluirlo. Y a este respecto creo que estamos ante un cuádruple reto de inclusión: hay que incluir a nuestros vecinos y a las generaciones futuras en nuestros procesos de decisión; hay que facilitar la participación de la mujer en la vida política y hemos de considerar a la naturaleza como un sujeto político. La representación electoral, tal como la conocemos, no permite hacerse cargo de los problemas transfronterizos o distantes en el tiempo, ni integra suficientemente a las mujeres, ni articula lo relativo al medio ambiente. Democracia transnacional, democracia intergeneracional, democracia paritaria y democracia ecológica podrían ser los nombres de esta inclusión que nuestras democracias deberían realizar con las correspondientes innovaciones institucionales.
8. Interdependencia
La realidad de un mundo interdependiente da lugar a una configuración social muy distinta de aquella en la que estábamos acostumbrados a desenvolvernos: una nueva realidad que contradice el principio clásico de la soberanía y tiene que ver con la emergencia de bienes comunes (y males también comunes). Todo ello debe ser gobernado de algún modo para el que aún no tenemos ni los conceptos ni las instituciones apropiadas. El mundo de interdependencias, movilidad y comunicación ya no es una mera yuxtaposición de soberanías. El espacio mundial se dibuja hoy en términos más inciertos.
Nuestras inseguridades son compartidas y su gestión encaja mal con la idea demasiado simple de la seguridad nacional. A medida que el mundo se hace más interdependiente aumentan los costes de la soberanía, y las lógicas de competición tienen que ser sustituidas por juegos de cooperación. Ciertas cosas que tuvieron su momento de gloria (como los Estados soberanos y todos sus correspondientes atributos) no sobrevivirán, a no ser que emprendan una profunda transformación para gestionar mejor su diversidad interna y poner en juego ad extra recursos comunes con vistas a una mayor cooperación.
9. Apertura
Un nuevo antagonismo está haciendo su aparición en el paisaje político y sustituye en buena medida a otros que hasta ahora nos servían de orientación: lo cerrado y lo abierto. El principal eje de confrontación ideológica parece ser el que opone lo cerrado (el rechazo del otro, del intercambio, de la coexistencia, de la solidaridad) a lo abierto (el deseo de una mayor integración europea, el favorecimiento del comercio internacional o la consideración más bien positiva de la globalización). Probablemente este nuevo antagonismo no sustituya del todo otros como el de derecha e izquierda; más bien se superpondrá a este y dará así lugar a combinaciones inéditas y alianzas que ya han comenzado a sorprendernos. Aunque ahora vivamos un momento de repliegue, mi hipótesis es que esta tendencia es mucho más débil que los beneficios de una apertura bien gestionada, que –por cierto– aún no ha tenido lugar: aquí reside la razón de que grandes sectores sociales vivan la apertura global como una amenaza.
10. Protección
Vivimos en una globalización sin contrapartida social y eso explica que sea experimentada por muchos fundamentalmente como una amenaza. Nos encontramos en medio de una alternativa que es claramente insatisfactoria, obligados a elegir entre globalistas que no salen de sus viejas recetas de libre cambio y el instinto proteccionista que confunde con torpeza los intereses propios con los intereses más inmediatos. Mi hipótesis es que no conseguiremos superar este momento en el que parecen ganar los partidarios de lo cerrado, esa voluntad de protección que se está desplegando irracionalmente, con la exclusión del otro y la maximización del propio interés, mientras no construyamos una sociedad que cuide y proteja, algo que ya no puede realizarse con los viejos instrumentos.